En la cuadra seis de la calle Pedro Conde, en el distrito de Lince, existe una pequeña casa cuya entrada es un pasadizo sin luz. A lo lejos, se escuchan sonidos de guitarras, cajones, risas y vasos de vidrio chocando unos con otros en respuesta a un 'salud'. Así recibe la peña 'Las López', desde hace 41 años, a todos los fanáticos de la música criolla que tiene nuestra capital. "Bienvenidos y bienvenidas sean todos ustedes, espero que la estén pasando lindo aquí en nuestra casa, y desde ahora su casa: la casa de las hermanas López", dice Isabel López, más conocida como Chabuca, mientras su hermana, Adela, sigue sirviendo cervezas a los comensales que van llegando al lugar.
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Días previos a las festividades por Fiestas Patrias de este año, el canal 2 -Latina- decidió buscar cinco historias de peruanos orgullosos de llevar el nombre de nuestro país en sus trabajos y negocios. Dentro de estas cinco estaban Adela y Chabuca. El negocio familiar nació como una idea que Perico, hermano de ambas, le dio a Adela. Ella no quería dejar a sus hijos por conseguir un trabajo que la aleje de ellos, por lo que Perico sugirió que lleve el trabajo a su casa organizando esta peña en la sala de su hogar. “Tú solo encárgate de la comida y el trago que yo traigo a la gente”, le dijo al momento de abrir por primera vez. Ese primer viernes, único día en el que abren sus puertas hasta la actualidad, llegaron solo veinte personas. “Mi hermano se apareció a la medianoche y sin gente, para colmo”, se ríe Adela. Ese día solo vendió tres platos de frejoles con apanado, plato bandera de la peña. Ahora vende más de cuarenta por noche.
El ambiente en el que viven Adela y Chabela provoca una sensación de familiaridad y compañerismo. Durante los fines de semana, los vecinos y sus familiares se reúnen a tomar algunas cervezas al pie de quintas similares a las que alguna vez Julio Ramón Ribeyro describió en su cuento “Tristes querellas en la vieja quinta”. Fueron ellos mismos los que pasaron la voz de que los viernes se abrían las puertas de la casa N° 663 de la calle Pedro Conde para disfrutar un buen rato. “También estaba de moda eso de fumar marihuana”, comenta Adela, “por eso los jóvenes también venían a comer rico”, y se vuelve a reír.
Poco a poco empezaron a llegar músicos. En un inicio había un guitarrista al cual le hacían tocar una y otra vez para que la gente no se aburra y luego cantaba el que quería cantar. Ahora ya tienen su propio conjunto de músicos en los que se incluye a Yaco, hijo de Adela. Es de esta manera que se fueron dando un nombre en la escena de la música criolla.
Aparte de ser las anfitrionas de la peña, Chabuca y Adela suelen cantar a pedido de sus amigos. No es una práctica que hayan adquirido desde pequeñas, a pesar de que en la sala de esa misma casa sus padres armaban las primeras jaranas criollas. Fue con el tiempo y pura práctica que perfeccionaron su técnica y lograron ser parte del espectáculo. Tan bien lo hacían que su hermano les recomendó cantar a dúo y, posteriormente, crearon el conjunto musical ‘Las López’. Prueba de ello son las innumerables fotos que han colgado en el local y que registran los gratos momentos que han pasado juntas en la peña. La que parece ser la más antigua capta el momento exacto en el que ambas cantan en un concurso de peñas.
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Un día estaban en una entrevista radial con Alejandro Lara, compositor peruano y reconocido músico criollo, cuenta Chabuca. Ella pensó que ya estaban fuera del aire cuando Alejandro les preguntó “oye y ¿cuál es su secreto para hacer los frejoles?”. “Es que yo lo preparo sin calzón y lo pongo como filtrante”, contestó en broma. Alejandro le señaló que todavía estaban al aire y ella pidió rápidamente el corte avergonzada por el chiste que acababa de hacer. “Le dije lo del filtrante todavía”, dice un poco sonrojada. Esta anécdota se la recordó incluso Bartola en uno de los programas a los que ellas fueron invitadas a cantar. Chabuca jamás creyó que esa broma se conocería a nivel nacional. A pesar de todo, los frejoles han sido una publicidad extra a la peña debido a la dedicación y el cariño con los que son preparados.
Todas estas experiencias y anécdotas son difíciles de comparar con los buenos ratos que puedes pasar en aquellos locales de música criolla más reconocidos de la ciudad, y eso lo saben bien ellas. Es por ello que denominan a su negocio una “peña familiar”, en la cual no cobran entrada, pero eso sí, siempre se cercioran de saber quiénes son las caras nuevas del lugar. “Nos acercamos y les preguntamos con quién han venido o de parte de quién”.
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En uno de los tantos viernes, puedes encontrar a Adela hablando con un grupo de jóvenes en un pequeño cuarto que tienen en la parte de atrás de su casa, y que ellas en broma han denominado “el salón vip”. Les cuenta sobre la historia que tiene su hogar, las anécdotas y recuerdos que tiene de ella. A veces se suele sorprender de la cantidad de jóvenes que llegan a su peña.
Hay veces que los clientes y cantantes del micro libre que tiene esta peña no pasan los 35 años de edad. Este fenómeno es una contradicción a lo que muchos hemos creído que pasaba con el criollismo, y ellas lo recalcan varias veces: “No, de ninguna manera el criollismo va a desaparecer, aquí vienen bastantes jóvenes”. Y no es para menos: un viernes llegaron más de veinte chicos, aquellos que podemos ver en las fiestas de Barranco o los bares de Miraflores. Estaban ahí, en un lugar donde no ponían música “indie” o “reggaetón old school”, sino donde se escuchaba a un señor de más de setenta años cantando “Cuando llora mi guitarra”, “La Calandria” y la despechada lírica de Esther Granados: “Falso Amor”. El movimiento criollo no morirá, al menos hasta que la ganas de gozar su música continúe.
La corriente criolla está conformada por cantantes, cantautores y decimistas que vienen con nuevas composiciones para ser interpretadas en esta peña. En la radio no se escuchan, pero aquí son cantadas de inicio a fin. Hombres y mujeres, algunos un tanto embriagados, preparan sus cuerdas vocales para acompañar a los artistas con singular repertorio.
Una de ellas es la del cantautor Fernando Rentería, que ha compuesto una canción titulada “En mi país”. La irónica letra está dedicada a lo que, en un escenario utópico, es el Perú. En un momento de la noche, él agarra la batuta del espectáculo y los versos de dicha canción son coreados por todos:
En un extraño planeta
De una extraña galaxia
Hay un extraño país
Donde ocurren cosas extrañas (…)
En mi país no hay problema de inflación
Ni mafias ni corrupción
No es ilegal protestar
Y a quien se le va a ocurrir
Cuando todo en mi país
Es dicha y prosperidad (…)
En mi país no es necesario obligar
Se pelean por firmar niños aún sin concebir
El cardenal es neutral
Ya nadie se quiere ir (…)
En el poder judicial solo les queda dormir
Porque nadie en mi país a la ley quiere faltar (…)
“Describo la peña como una gran familia, donde hay amor y cariño”, comenta Chabuca, mientras Adela recibe a Fernando, quien también es arquitecto y ha ido para ver si es posible tumbar la pared del pasadizo de la entrada y ampliar el lugar. “Algunas personas se van porque no tienen cómo ver el espectáculo”, menciona Chabuca. Días después, y por sugerencia de los más jóvenes que van al lugar, ponen en duda el proyecto. “Está bien así seño, es mejor, más paja”, le sugieren algunos chicos a las hermanas. Y es que incluso los clientes, o mejor dicho, “los otros miembros de la familia criolla”, también deciden sobre el hogar de las López.
Entre tragos, frejoles y conjuntos criollos, todos los viernes a partir de las siete de la noche, la familia de las López da la bienvenida a señores conocedores de los múltiples valses criollos y jóvenes veinteañeros que llegan fascinados por esta música que solo conocían por sus abuelos. Esa misma corriente es la que ahora experimentan con una botella de cerveza en una mano y alzando su voz de canto cada vez que Adela y Chabuca o algún otro artista decide tomar el micro para regalar un poco de su arte a ese público sediento de jarana.
[Publicado en la revista Carta Abierta Edición 8, octubre 2015]: http://goo.gl/xfpV2J